Montalbano tiene otro sueño extraño: en medio de un vasto campo se coloca un ataúd con un cadáver. El agente Catarella, farfullando cosas en latín, lo llama para reconocer el cadáver, que resulta ser el del comisionado Bonetti-Alderighi… Al llegar a la estación de policía se presentan los dos casos por resolver. El primero se refiere a un supuesto robo sufrido por Loredana Di Marta. Su marido se acerca a la policía en su nombre, para presentar una denuncia, pero algunos detalles no parecen concordar. Luego de interrogar a la amiga de la presunta víctima, Valeria Bonifacio, es evidente que las dos mujeres están tramando algo y salen a la luz antiguos amores extraños y nuevos amantes de la propia Di Marta, pero todas las pruebas parecen apuntar, sin embargo, al marido. El segundo caso se refiere a la denuncia de un anciano granjero que ha encontrado un establo en desuso cerrado con puertas y ventanas extrañas. Dice que ese trabajo no fue encargado por él, y fue ejecutado por dos personas de origen tunecino. Al ir a revisar la escena, el inspector encuentra un escenario diferente, que no tiene relación con la declaración del viejo. Mirando a su alrededor, sin embargo, encuentra signos de actividad reciente y un gran arsenal. Montalbano hace enviar los residuos que se encuentran a la oficina de Antiterrorismo, pero, a pesar de recibir una orden en contrario, el comisario llevará a cabo una pequeña investigación paralela, a punto de naufragar porque un tercer tunecino lo reconoce. Mientras tanto, el Comisario debe afrontar una grave crisis de ansiedad que sufre su novia Livia. Cuando la esperanza de superar ese momento empieza a ser fuerte, todos sus temores se hacen realidad…
El Comisario Montalbano
